Leer la crónica de una carrera que conoces hace años, vista por los ojos de alguien que la hace por primera vez, hace que irremediablemente vuelvas a esa primera vez en la que tu estuviste por allí. Aquí teneis la crónica de nuestra compi Claudia y su primera Transgrancanaria 128km
Mi viaje a la isla de Gran Canaria empezaba el miércoles 20 de febrero por la tarde, cuando junto a Jordi, mi asistencia, cogíamos el avión desde Barcelona hacia el archipiélago. Las tres horas de vuelo nos sirvieron para organizar los últimos detalles de la carrera.
Llegamos a la isla de Gran Canaria hacia las siete de la tarde y nos dirigimos directamente al apartamento que haría funciones de campo base durante nuestra estancia para poder cenar y descansar antes de las horas duras que nos aguardaban.
Al día siguiente, el día previo a la carrera, empezó con la recogida de dorsal y luego salí a trotar de forma relajada durante una hora. Más tarde, nos dedicamos a preparar la comida que necesitaría para aguantar la carrera y que iría recibiendo en los puntos de asistencia gracias a la asistencia de Jordi.
La aclimatación fue un factor importante ya que la temperatura con la que había estado entrenando durante las jornadas previas a la carrera era de más de 18 grados de diferencia. Durante el invierno compito haciendo skimo (esquí de montaña), es decir en la nieve, y mi cuerpo no estaba acostumbrado a tanta temperatura, así que decidir pasar unas horas andando bajo el sol.
La temperatura y la falta de horas de entrenamiento específico de correr eran mis grandes preocupaciones para esta carrera, ya que compaginar los entrenos de skimo y preparar una carrera como ésta no es fácil.
Llegó el día de la carrera. Durante las horas diurnas intenté descansar al máximo y, un rato antes de la salida, hice el último repaso de todo lo que iba a necesitar en las asistencias. Pero sobretodo dormí todo lo que pude porque sabía que me esperaban muchas horas de carrera.
A las ocho de la tarde empecé a activarme. Cené lo que tenía programado por mi dietista, me vestí y junto con Jordi nos fuimos dirección a Las Palmas de Gran Canaria, a la playa de las Canteras, donde se encontraba la salida. Allí coincidí con Ana Memphis.
Había un grupo de músicos amenizando la salida que me ayudaron a concentrarme en los momentos antes de la salida. Cuando faltaban 15 minutos para el inicio de la carrera entré en el segundo cajón, el que me había asignado la organización. Ahora sí, ya estaba en la línea de salida de una ultra, la primera de esta temporada 2019. Por delante, había previsto 21 horas y 40 minutos de carrera por una isla que ya me tiene enamorada.
Cuando faltaban 5 minutos para la salida sacaron la cinta que separaba los cajones, avancé hacia el primer cajón, me desplacé hacia el lateral donde estaba mi asistencia y intercambiamos las últimas palabras. Era el momento de abandonar los nervios y dar lo mejor de mí.
Empezó a sonar la música para dar la salida y 5, 4, 3, 2, 1… salida. Eran las once de la noche.
Al encontrarse la salida en la playa, estuvimos corriendo a un ritmo alto sobre arena durante más de dos kilómetros. Llevaba los manguitos puestos y enseguida me los tuve que sacar pese a que la temperatura no era muy alta, pero había mucha humedad. Una humedad que me hacía sudar más y que me obligaba a tener muy presente la hidratación. Iban a ser muchas horas de humedad, muchas horas de mucho sol y muchas horas de temperaturas muy altas.
Al abandonar la playa empezamos una subida donde el grupo seguía corriendo y en la que yo intenté mantener el ritmo del pelotón manteniendo mi ritmo de carrera. Cuando llevábamos 7 quilómetros mi reloj marcaba 14 quilómetros… no se había enlazado bien con los satélites y me vi obligada a pararlo y volverlo a encender.
Empezamos a pasar por un camino de grandes piedras, una especie de río seco, que nos obligaba a ir en fila y que nos obligaba, también, a no detenernos. Porque parar de correr allí significaba perder muchas posiciones. Intenté correr con mucha precaución para no doblarme el tobillo.
A continuación, atravesamos algunos pueblos y llegamos al primer avituallamiento. Allí estaba Jordi, mi asistencia, que me informó que tenía doce chicas por delante, así que no perdí mucho tiempo: rellené los botellines, comí media naranja y me fui.
Sólo dos semanas antes había sufrido una caída corriendo y me había producido un esguince costolateral que en las primera bajadas ya me molestaba, pero no me quería preocupar por ello así que miré de no pensar en él olvidarme de él a lo largo de la carrera.
Al salir del avituallamiento empecé a pensar que a lo mejor iba demasiado rápido. Habitualmente hago cálculos con los tiempos previstos entre avituallamientos y al primero había llegado algunos minutos antes. Pero me sentía fuerte y con energía para mantener el ritmo que llevaba. Mi objetivo era terminar dentro del top 20 femenino teniendo en cuenta el nivel de la carrera.
Pronto empezaron las grandes subidas, donde vi que los entrenamientos de esquí de montaña me estaban dando resultado. Llevaba mi música, las manos firmes en los bastones y la mente completamente centrada. Subía sin parar adelantando a corredores a los que apenas veía. Había llegado junto con otras cuatro chicas pero vi que en la subida yo iba más rápido. Me arriesgué a subir a un ritmo un poco más alto teniendo en cuenta que era el inicio de la carrera pero era el momento de coger una buena posición para luego mantenerla.
Llegué al quilómetro 27 con 40 minutos de adelanto respecto al tiempo que tenía previsto. Vi a mi asistencia andando tranquilamente por la calle que daba acceso al avituallamiento. Lo llamé y me miró con cara sorprendida. Yo tampoco creía que hubiera ido tan rápido. Entré en el avituallamiento, cogí fruta y Jordi me dio todo lo que debía comer hasta el próximo avituallamiento.
Llevaba más de tres horas corriendo y ahora venían unos de los tramos más duros de la carrera. Un sector con largas subidas y cogiendo cada vez más altura. La noche seguía cerrada pero la temperatura no bajaba mucho. Pasamos por terrenos muy distintos, senderos en medio del bosque, pueblos pequeños –donde siempre había gente animando, fuera cual fuera la hora-… En aquel momento la carrera ya se había estirado un poco y me encontré corriendo sola. En los tramos de asfalto evité bajar muy rápido para no cargar mis piernas.
A las 4 de la madrugada llegué al quilómetro 40. Mi asistencia lo tenía todo apunto y no perdí tiempo. Había llegado con una chica y no quería que se me alejara mucho. Me esperaba una pequeña subida, una breve bajada y la larga subida a la presa de los Pérez. Hasta allí las sensaciones eran muy buenas. Sabía que iba por delante del tiempo pero me encontraba bien. La gente del equipo que me estaba siguiendo desde casa estaba asustados por si aguantaría a ese ritmo y luego confesarían que temían que no aguantara.
Durante la subida pasamos por unos bosques de pinos y unos caminos que seguro que debían ser preciosos a la luz del día. Al terminar la subida, cogí a otra chica con la compartí más de treinta quilómetros.
Tras la subida, tocaba bajar por una pista que se convertiría en carretera de asfalto. En aquel momento de la carrera, quilómetro 45, aún no quería bajar rápido puesto que quería mantener las piernas. Dejamos el asfalto y entramos en un camino estrecho que serpenteaba hasta el valle. Al llegar al punto más bajo empezamos una larga subida: teníamos por delante 1000 metros de desnivel positivo, pasando por un avituallamiento donde no tendría asistencia porque no estaba tolerada.
Mi asistencia, pues, ya estaba esperándome en el quilómetro 63 donde se tomaba un tiempo para descansar un poco ya que en una carrera así no solo se cansa el que corre sino que la asistencia es una parte muy importante del resultado que un corredor puede obtener. Son 20 horas de carrera, 20 horas en que la asistencia tampoco puede parar conduciendo, corriendo o caminando de un lado para otro, preparando mi llegada, sufriendo, calculando… gracias, Jordi.
Hice la subida hasta el avituallamiento de los Pérez (quilómetro 50) con un grupo de 5 personas. Íbamos a un ritmo alegre y tirando unos de los otros. Primero subiendo por un camino estrecho y, después, cogiendo una carretera con unas rampas muy largas que no se terminaban nunca.
Finalmente llegamos al avituallamiento. Estaba justo en la presa y hacia un poco de frio que a mí me fui bien para airearme un poco. En este avituallamiento llene el tercer botellín que llevaba vacío dentro de la mochila, comí y continué.
La subida continuaba pero ahora por el medio de un bosque, dibujando eses por un recorrido que era distraído y pasó rápido. Aún era de noche y eso me favoreció ya que si no veo el final de la subida psicológicamente no me afecta tanto.
Al final de esta subida aparecieron las primeras luces del día y empecé a disfrutar de las magníficas vistas de la isla. Me quedaban unas pocas subidas y bajadas hasta el avituallamiento, un recorrido que en principio podía hacer a un rimo alegre pero mi gemelo izquierdo dijo que allí se quedaba. Un fuerte dolor que no fue a más pero que me acompañó durando el resto de carrera.
Me dolía un montón pero pensé una frase de un gran amigo: el dolor es momentáneo y la victoria es para siempre. Llegué al quilómetro 63 (Artenara, donde salía la carrera de 65 quilómetros) y volví a encontrar con Ana y donde, por fin, ya volvía a tener a mi asistencia. Le expliqué lo del gemelo y le pedí que en próximo avituallamiento tuviera teaping preparado para ponerlo. No me paré mucho ya que no quería dejar enfriar el gemelo. La verdad es que no me lo podía creer: me sentía muy bien de forma, con energía y con la cabeza muy clara… y justo entonces aparecía ese dolor de gemelo. No podía ser, pensé, no iba a dejar que fuera. Estaba a punto de realizar un sueño y no tenía ninguna intención de rendirme.
Justo al salir del pueblo de Artenara subimos por unos caminos impresionantes, con unas vistas espectaculares. Eran las ocho y media de la mañana y el día se levantaba, el sol iluminaba las montañas y me acompañaba a través de un paisaje precioso. No podía dejar de mirarlo. Eso hizo que me olvidara un poco del gemelo. Por suerte, estábamos en un bosque que impedía que el primer calor del día nos afectara de pleno.
De repente, el paisaje cambió por completo y pasamos de estar en un bosque de pino a estar en una zona con un paisaje igual de impresionante pero mucho más volcánico, sin árboles ni apenas vegetación.
Hice la larga bajada hasta al avituallamiento del quilómetro 74. Estaba deseando llegar ya que necesitaba curar mi gemelo. Al llegar, Jordi ya me esperaba, me hizo un masaje y me puso los teapings mientras yo cogía los geles y la comida.
Antes de llegar al avituallamiento me había llamado una amiga para contarme que Mia Yao (líder de mi categoría) había quedado desfondada y que abandonaba. Eso significaba que yo era la nueva líder de la categoría Elite.
En ese momento del día el calor ya empezaba a hacer efecto y nos esperaba una subida donde cruzamos un par de pueblos. Hicimos algunos quilómetros por asfalto y cogimos el camino que nos llevaría hasta el Roque Nublo, la montaña emblemática de la zona. La zona estaba llena de gente y, por sorpresa, Jordi había subido para darme ánimos y verme pasar por allí.
La carrera nos hacía subir hasta la cima y bajar otra vez por el mismo camino y ya sólo me quedaba una bajada y una subida hasta llegar a la base de vida. Me dolían un montón los pies debido a que había hecho pocos quilómetros de entreno corriendo y mis plantas lo estaban notando. Solo soñaba con ponerme mis Hoka, las otras zapatillas. En esta bajada perdí de vista a la chica con la que había compartido tantos quilómetros. Cada paso que hacía antes llegar a la base de vida se me hacía más duro llegar, y parecía que se estuviera alejando.
Cuando llegué, Jordi ya lo tenía todo apunto: las zapatillas preparadas y la camiseta para cambiarme ya que había salido con una que abrigaba un poco más para pasar la noche. Allí habíamos planeado con la nutricionista que comería la pasta que ya me tenía preparada pero no me la pude terminar. Preferí comer menos y que me sentara bien.
Cuando me tocaba salir sentí ganas de abandonar, dejar la carrera allí y volver el año próximo. El gemelo me dolía mucho y pensé que si era una lesión, aquello iría a más si no me retiraba. Jordi me dijo que no podía abandonar, que estaba dentro del top 10 y líder de mi categoría y que me arrepentiría si abandonaba en aquel momento. Y que el dolor formaba parte de las ultras y que ahora lo que me tocaba era aguantar. Y tenía razón.
Salí del avituallamiento sin estar convencida del todo pero pensé que si abandonaba al día siguiente me arrepentiría, así que pasado este punto lo único que me faltaba era aguantar hasta el quilómetro 128. Sólo me quedaban mil metros de desnivel positivo y luego todo sería bajada.
La bajada era por un paisaje muy abierto e increíblemente bello. Hacía mucho calor pero corría el aire y se podía correr bien. Pasé el quilómetro 97 y pensé que solo me quedaban cuatro quilómetros hasta el quilómetro 101. Pero fueron, sin duda, los más eternos de la carrera. Era un camino que rodeaba la montaña donde parecía que a cada subida se terminara el camino pero no era así. Era infinitamente largo, hacía mucho calor y aquí ya no pasaba el aire. Me esforcé en hidratarme bien porque no me podía permitir que me ocurriera nada más. Me faltaban tres quilómetros para el avituallamiento y tuve que utilizar el botellín que llevaba de emergencia. Llegué al quilómetro 101 muy justa de agua pero llegué.
Allí tampoco tenía asistencia ya que estaba al medio de la montaña, al final de la subida y donde empezaba una bonita bajada. Me mojé la cabeza para no sufrir tanto el calor, comí bien (ahora ya me entraba cualquier cosa), volví a rellenar los 3 botellines y seguí.
Estaba en las horas de más calor del día y cada vez perdía más altura, así que la hidratación fue esencial en ese tramo. Empecé una bajada que atravesaba un valle donde no circulaba ni una pizca de aire y a la salida del valle encontré un paisaje maravilloso con montañas impresionantes y caminos que pasaban junto a unos enormes barrancos.
Al final de la bajada emprendí una subida por una pista donde la gente empezaba a notar los quilómetros acumulados. Yo incluso más con mi gemelo quejándose. Al poco rato ya empezaba una bajada que atravesaba un bosque y nos dirigía al fondo de otro valle donde se encontraba el último avituallamiento con asistencia.
A media bajada había un tramo algo peligroso justo al lado de un barranco que nos obligaba a estar atentos para evitar llegar al fondo del valle demasiado rápido. Al poco rato llegué a unas casas donde pensaba que iba a encontrar mi asistencia pero no, aún faltaba otra bajada muy técnica de 200 metros de desnivel negativo y luego ya vi que sí, que ya llegaba.
En el avituallamiento, como a lo largo de toda la carrera, Jordi ya lo tenía todo preparado: agua fría dentro de los botellines y la comida a punto… y también había analizado el tramo siguiente que me señalaba con la mano. Tocaba subir una pista larga de la que apenas se veía el final… pero no me podía rendir, estaba a quilómetros de la meta.
Me junté con un corredor vasco que participaba en la carrera de 65 quilómetros, con el que ya antes había compartido algunos tramos, y decidimos hacer toda la subida andando a paso ligero. Así, hablando e intercambiando anécdotas de la carrera nos pasó rápida la subida. Veinticinco minutos y ya estábamos arriba.
Ya sólo faltaba una bajada y un llano que se me hizo eterno. Se trataba de un llano por el medio de un río seco con el lecho ocupado por piedras grandes que me impedían correr. Al poco rato, el lecho del río seco se transformó en pista y pude correr. Corría con unas ganas enormes de llegar y cuando pasé por el avituallemos que había tres quilómetros antes de la llegada, apenas me entretuve ya que en aquel momento lo único que quería era llegar y saborear la victoria.
Los últimos tres quilómetros fueron todos por asfalto. Entrando en el pueblo de Maspalomas ya se oía la música de la llegada. Jordi me esperaba a medio quilómetro de la meta y cuando lo vi sabía que ya estaba, que ya era mío el reto de la Transgrancanaria.
A mi llegada la organización sufrió un fallo de fluido eléctrico y los arcos hinchables cayeron. Pese a ello, pude pasar por debajo gracias a la gente los sujetaba y emprender los últimos metros por encima de la alfombra azul.
No podía dar crédito a lo que estaba viviendo, estaba cruzando la meta de la Transgrancaria con un tiempo absolutamente imprevisto e increíble de 19 horas y 24minutos. Octava en la general femenina, primera de mi categoría, y primera catalana, y española, que atravesaba la meta.
Acababa de cumplir un sueño y lo saboreaba con el mejor sabor de boca posible. Dos semanas después aún no me creo lo que hice.
Gracias a Jordi, a mi equipo, a todas y cada una de les personas que hicieron posible la organización y la realización de la Transgrancanaria. Volveré, seguro, pero sólo existe una primera vez y no la olvidaré nunca.
Fotos: Jordi Jansana