Hace unos días Ruth Sánchez nos contaba como vivía la experiencia en su primer maratón de montaña en La Montaña Solidaria, pero ni mucho menos era su estreno en carreras y mucho menos en la montaña. Aquí nos cuenta como empezó a correr y sobre todo como disfruta de ello sea la distancia que sea y el terreno sobre el que lo haga.
«No sé encontrar en mi mente el momento exacto en que empecé a correr. Fue hace años ya, aunque no en un tiempo demasiado lejano. Todo empezó de manera casual, más por un entretenimiento que por una necesidad. Me resultaba divertido trotar por el parque, ni siquiera recuerdo el ritmo al que podía ir. Siempre salía acompañada; tenia ganas de que llegara el día elegido para hacer unos cuantos kilómetros. No sufría, disfrutaba de las tardes, de las noches, de llegar al Retiro y oler a flor en primavera, de los domingos otoñales bajando cuestas en la Casa de Campo. Todo muy lúdico, muy jovial. La primera carrera en la que participé fue La Melonera, una carrera muy popular de Madrid. ¡Aquello era tan distinto a cualquier cosa que había hecho antes!. El gusanillo de correr entre tanta gente me picó con gusto. Mi siguiente cita fue la San Silvestre Vallecana. Allí sí que me sentí un importante grano de arena entre la multitud. ¡Fue una experiencia increíble!
El tiempo pasaba y comencé a sentirme lo suficientemente segura para organizar mis entrenamientos sola. Me independicé en mis tiradas y programaba mis ratitos para salir a correr. Llegó mi primera media maratón, llena de nervios. Mi familia vivió aquello como un acontecimiento único… lo que ha llovido desde entonces. Fui ganando seguridad y buscaba carreras los domingos, siempre en Madrid; como yo decía “ sólo corro donde me lleve el abono transporte”. Entonces no éramos tantos; inauguré ediciones que ahora cuentan con miles de atletas populares. Terminaba mis kilómetros y me volvía a casa con todo el domingo por delante, pero con la sensación de haber hecho lo que más me gustaba. Los madrugones merecían la pena.
Mis pisadas en el parque cerca de casa, con mi música favorita sonando en mis oídos, me permitían despojarme del peso de la jornada. Correr se convirtió en fuente de inspiración, en momento de relax, en cobijo, en quitamiedos. Era necesario y buscado ese instante. Se convirtió en ritual de mi día a día y sentía que formaba parte de mi nueva manera de crecer como persona.
Correr no sólo me ha hecho mejorar mi condición física, me ha permitido conocer a gente maravillosa. Como he dicho, mis carreras se limitaban a las ediciones que Madrid me ofrecía y me sentía muy contenta por vivir en una ciudad que me permitía disfrutar tanto de lo que más me gustaba.
Hace unos tres años, gracias a una estupenda persona que apareció en mi vida, descubrí una forma distinta de divertirme corriendo. Pasé de correr entre miles de personas con el asfalto bajo mis pies a perderme en carreras de pueblos en las que participábamos un escaso ciento. Mi primera competición de esta índole fue el Medio Maratón del Románico Rural, en la provincia de Guadalajara. Corrí en plena naturaleza, manchando mis zapatillas con el polvo de los caminos y recorriendo los veintiún kilómetros de la prueba prácticamente sin compañía, con algún elemento a lo lejos que me permitía comprobar que seguía el camino correcto. Para más asombro, acabé subiendo al podio. Ese día marcó un antes y un después.
Unos meses más tarde, participé en mi primera auténtica carrera de montaña; El medio maratón del Ocejón. Llegado el momento y con la inmensidad de la montaña por encima de mi cabeza, no me veía capaz de afrontar el reto. Ha sido mi carrera más especial. La confianza en mí misma iba creciendo según atravesaba los caminos entre la jara y los pinos. Ir dejando atrás la vegetación y quedarte como compañera de las piedras de la ladera de la montaña, tocar aquella cima y descender hacia el valle con una velocidad que no sabía que podía alcanzar… Tengo tantas imágenes de aquella tarde que aún son ellas las que no me consienten abandonar la montaña. Desde entonces, el gris asfalto ha pasado a un plano inferior. La montaña permite olvidarte de tiempos, de prisas. Es perfecta para el goce de los sentidos. He descubierto que esta es una sencilla manera de ser feliz haciendo una de las cosas que más me gusta.
La montaña tiene ese don especial de hacerme sentir, a la vez, el ser más insignificante del planeta abrumado por tanta naturaleza y, por otra parte, creerme la persona más gigante y dominadora de aquel entorno.
Otros retos han ido marcándose en mi lista de “propósitos a conseguir”. Algunos días he gastado en pruebas que superaban los 100 kilómetros. Retos duros, que han puesto a prueba mi condición física y mental; superándolos, en ocasiones, en absoluta soledad y, en otros momentos, rodeada de buenos amigos que han ido apareciendo en los últimos tiempos. Porque, eso sí, correr ha traído a mi vida el calor de grandes personas con las que además de compartir esta alocada afición, me une una gran amistad y un cariño inmenso; fundamentales para seguir aquí.
Dicen que mi sonrisa no se borra de mi cara cuando corro. Es la mejor manera que tengo de exteriorizar mis emociones y sé que en esos momentos todo lo que me rodea adquiere un matiz positivo que se refleja en ese gesto.
Seguiremos dando guerra. En unas semanas, Valencia me espera»
Gracias a Ruth por hacernos participes de su manera de disfrutar de las carreras. Suerte en Valencia