Hace unos día a raíz de una crónica de una triatleta en la que contaba como conseguía encontrar tiempos para entrenar a pesar de una vida complicada, contactamos Belén y yo.
A ella podemos encontrarla en carreras de hasta 42 km, disfrutando o sufriendo según se tercie y por supuesto peleando con las organizaciones ya que muchas veces los podios llevan a malos entendidos al mezclarse las clasificaciones de senior y veteranas con el consiguiente enfado de quienes han estado luchando por estar arriba.
Lo dicho, Belén es de ese tipo mujeres con la capacidad de organizar su vida a pesar de las múltiples obligaciones y encontrar los tiempos para disfrutar de lo que le gusta, de planificar sus entrenos para progresar segura, pero sin que se convierta en una obligación (vamos lo mismo que yo que soy el caos personificado 🙂
No quiero enrollarme mucho más porque que mejor manera de que la conozcáis que leyéndola.
«Hace tres o cuatro semanas, aproveché un hueco entre dos clases para salir a rodar 50 minutos por un parque cercano al instituto de secundaria en el que trabajo. Ese día llovía mucho, pero era el único hueco que tenía para entrenar y salí a correr de todos modos. Cuando entré, feliz y calada, en la sala de profesores, el estupor inicial de mis compañeros dio paso a chascarrillos y comentarios de diverso tipo. Una profe se levantó y me preguntó: «Pero, tú… ¿PARA qué corres?». No supe bien qué responder, y de todos modos tenía tres minutos para cambiarme en los aseos, así que desaparecí sin contestar. La pregunta me cuestionó y le estuve dando vueltas en los trayectos en el coche hasta llegar a la conclusión de que corro PARA seguir corriendo. Correr es un fin en sí mismo
Esto no siempre ha sido así. En mi expediente figura un llamativo suspenso en Gimnasia, como decíamos entonces, para la convocatoria de septiembre en primero de BUP. El deporte y yo no éramos compatibles. Comencé a «hacer footing» cuando estudiaba en la Universidad de Leeds, en Inglaterra, PARA evitar engordar. No conseguí mi objetivo, dos sesiones semanales de veinte minutos de jogging no daban para mucho… Correr me parecía aburrido, no lograba disfrutar, engancharme ni tener buenas sensaciones. A mi regreso a España mantuve esas dos o tres sesiones semanales de 30 minutos, espaciadas por parones de meses. Cada septiembre corría la Melonera, la carrera de mi barrio, en una hora y algo, y tampoco me perdía la clásica San Silvestre con amigos. No miraba los tiempos, ni las clasificaciones, me conformaba con ser capaz de correr una hora seguida dos veces al año.
Varias temporadas después, cuando el bíblico «Creced y multiplicaos» irrumpió en mi vida en 2003, dejé de lado el «footing” hasta que, en 2010, una vez completado mi ciclo reproductivo, me encontré con tiempo y ganas de correr de nuevo. Empecé a entrenar con cierta regularidad, unos cuarenta minutos tres o cuatro veces en semana, y participé en mi primera media maratón, la de Madrid. Ese verano comencé a ser entrenada por Miguel Rodríguez y descubrí que la montaña podía ser el patio de mi recreo. En diciembre debuté tímidamente en la Carrera de Navidad de Cercedilla, en la que gocé como en ninguna otra carrera. Mi corona era la montaña y el toparriba se convirtió en mi terapia.
En 2011 me dediqué a corretear por el monte y a participar en competiciones cortas y sencillas. Comencé a sentirme cómoda en pruebas de hasta 15 km, debuté en media maratón por montaña, conocí la dureza de un kilómetro vertical, el mítico Anboto, y me aventuré en un par de 30km. A mi entrenador y a mí nos parecía importante seguir tocando el asfalto para trabajar la velocidad, así que también preparé algún 10k y media maratón y mejoré bastante mis marcas.
El año 2012 lo dedicamos a afianzar distancias de hasta media maratón y preparar el debut en maratón por montaña. El gran día llegó en el 15 de julio en la Galarleiz Mendi Maratoia, dos años después de iniciarme en este medio. Fue una experiencia fantástica y pude cruzar el arco de meta feliz, con tantas ganas de seguir corriendo como de ir urgentemente al baño. Ha sido un gran año, en el que he ido disfrutando mucho en los entrenamientos y progresando gradualmente con resultados que me habrían parecido increíbles cuando empecé en montaña. He tenido la fortuna de contar con el apoyo de la tienda GR10Trail para el material de entrenamiento y competición y esta temporada colaboraré con ellos como guía de unos grupos de entrenamiento mixtos que están organizando.
Cuando miro para atrás, me sorprende todo lo que he ido logrando a base de esfuerzo e ilusión. El trabajo y los niños me dejan poco tiempo libre. He asumido que puedo correr cuatro días en semana, casi siempre sola, a los que añado una sesión de musculación, siempre y cuando los hados no se confabulen contra mí. Dos sesiones de trote cochinero, una de series de velocidad o cuestas y un rodaje largo. El fin de semana que “tengo niños” es complicado entrenar y competir, de modo que mi calendario carreril y de tiradas largas se adapta al de los peques. Cuando estoy libre, me acoplo a quedadas con amigos, empecé corriendo con chicos y me siento cómoda rodando y compitiendo junto a ellos, aunque me lleven con el gancho, tengan que esperarme o pasen junto a mí cual balas. Entre semana, suelo ir con el tiempo justo para entrenar, meto los rodajes con calzador y aprovecho cualquier hueco para ello: una hora desde que llego a casa hasta que salen mis hijos del colegio, 40 minutos mientras están en natación, 50 minutos cuando me falla una clase, 1h 05min si la empalmo con un recreo. Hago (hacemos) ejercicios de fortalecimiento de tobillo por la calle de camino de una extraescolar a otra. Estoy pensando en aprovechar la hora de fútbol del pequeño para hacer abdominales y estiramientos en la hierba. Hace un par de semanas leí una crónica de una triatleta-madre-trabajadora que se encontraba en una situación muy parecida a la mía (y la de tantas otras corredoras). Relataba que, al contar con poco tiempo para entrenar, intentaba que fuera realmente bueno, de calidad, justo lo que me pasa a mí. En una hora es imposible meter 4 series de 3.000 metros, de modo que hago 3, pero bien hechas, dándolo todo. Aunque en ocasiones me dé pereza salir a correr a las 3 de la tarde sin haber comido después de un día agotador con los chavales del instituto, no puedo permitirme el lujo de desperdiciar el único rato disponible, así que no hay excusas, ni desánimo, ni mal tiempo. Muchos días como al llegar a casa a las cinco, estiro en la puerta del cole, me ducho cuando el sudor ya ha caducado. ¡Qué más dará!
Más de una noche, al acostarme, pienso «Uff, voy a petar, es imposible aguantar este ritmo muchos más días…» A la mañana siguiente, me levanto descansada, con ganas de seguir exprimiendo la vida, disfrutar y sumar experiencias. Mi entrenador trata de amoldar mi plan de entrenamiento a mi trajín diario y no a la inversa. No tendría sentido complicar aún más mis días con un programa demasiado estricto o intenso. Cuando llega una mala racha y el estrés se instala en mi vida, levanto el pie del acelerador, me salto entrenamientos, aparco temas secundarios y escucho a mi cuerpo… Tengo la suerte de que el descanso me favorece, nunca llego pasada de kilómetros a la competición ni sufro lesiones importantes. No me quema no poder entrenar cuando me caen demasiadas cosas encima, a fin de cuentas, correr es una afición y no mi trabajo. No vivo de esto ni me va la vida ni la autoestima en ello.
En los podios coincido, siempre, con corredoras bastante más jóvenes y sin hijos. Estas chicas lo tienen bastante más fácil para correr, doblar entrenamientos, salir a cualquier hora, ir a quedadas, descansar bien, viajar, planificar el calendario… Viven para sí mismas, pero no las envidio. A base de ilusión y tesón estoy consiguiendo dar lo mejor de mí en las carreras, me sobra cabeza, mi capacidad de sufrimiento suple el cansancio y la falta de kilómetros en muchas ocasiones para dar toda la guerra que puedo a las jovencillas y estoy disfrutando al tiempo que se hacen realidad mis pequeños sueños. Esta es mi vida, la que he ido construyendo a golpe de aciertos y errores, con sus partes buenas y menos buenas.
No encuentro excusa alguna para no salir a correr y disfrutar en el monte, progresar en la medida de mis posibilidades y deseos, soñar nuevos retos. Este verano quiero repetir Galarleiz, esta vez a tope. En el futuro, me gustaría disputar el Campeonato de España de Kilómetro Vertical y alguna prueba oficial de la Fedme para medirme con las mejores corredoras y saber dónde estoy, pero aún es pronto para afrontar esos desafíos. En dos o tres años quisiera debutar en una ultra “cortita”, como el TP60, aunque no siento urgencia por hacerlo ni tengo tiempo para preparar una prueba de ese tipo de momento. Ahora mismo, corro por correr y para seguir corriendo, esa es mi única aspiración en el día a día. Creo que nacemos con X kilómetros en las piernas y no me gustaría malgastarlos en poco tiempo, sino aprender a administrarlos sabiamente para poder disfrutar de la montaña junto a mis amigos durante muchísimos años».
Hoy se ha estrenado en el Maratón de Madrid con un tiempo de 3.32. y aunque seguro que la veremos más veces en el asfalto, ya esta pensando en volver rápidamente a trotar por los caminos y los montes.
Aquí os dejo su blog «Pegasus corre, luego existe» por si queréis seguir sus aventuras
Un ejemplo para much@s… lo difícil para sencillo para ella. ¡Enhorabuena!
Me a encantado poder leer tu historia de verdad. Xq todos los q amamos el deporte salimos a entrenar a cualquier hora. Pero leer como te organizas la vida me a parecido una passada. Me a hecho subir el autoestima a tope!!!!! Eres un ejemplo a seguir.
La capacidad de organización de Belén es como dices una pasada, y un ejemplo para las que somos un desastre 😉