Ya estamos a viernes e imagino que muchas de nosotras tenemos alguna carrerita este fin de semana, así que para motivarnos un poco más, os dejamos la crónica de Ana Bustamante en el Trail de Citadelles, 70km rodeada de barro. ¡¡A disfrutar!!
«4:00 de la mañana, suena el despertador, uffff… que cortita se ha hecho la noche!!, claro, que el cambio horario tampoco ha ayudado mucho.
Llueve, como no!!, la lluvia es ya una constante en mis citas deportivas, vale, soy del norte, estoy bastante acostumbrada a esta climatología, pero ésto … ya aburre.
El mismo ritual de siempre, el desayuno que hay que tomar, si o si, aunque tu estómago diga lo contrario porque aún no ha digerido los macarrones de anoche.
Nos vestimos cuidando hasta el más mínimo detalle, la más mínima arruga que puede ser fatal en cualquier momento. Revisamos la mochila, y memorizamos donde llevamos cada barrita, cada gel …volvemos a mirar por la ventana, pero la lluvia sigue ahí fuera y nos espera para acompañarnos, entre bostezos, hasta Lavelanet donde nos espera el Trail des Citadelles.
Y como siempre, porque hay cosas que por muchas técnicas que hagas, visualizaciones, relajaciones,….siempre me van a acompañar en estos momentos previos, esos nervios que me hacen estar un poco irascible, un poco como metida en mi misma y que, incluso, a mi, que soy tan charlatana, me hacen enmudecer, y que ya forman parte de las pruebas al igual que mi mochila o mis zapatillas.
A las 6 y unos pocos minutos ya hemos tomado contacto con el que va a ser nuestro fiel compañero de viaje..EL BARRO, que ya no nos abandonará hasta que completemos los 73 kilómetros, en un precioso recorrido que nos llevará de vuelta a Lavelanet.
Aún no ha amanecido y subimos en silencio, sólo se oye la lluvia y el chapoteo de nuestras pisadas, yo diría que este es hasta un momento de recogimiento, seguramente en los puestos de cabeza ya se han desatado las hostilidades, pero aquí, en el medio del pelotón se respira una calma chicha, como la que se respira en el mar después de una tempestad, los nervios han quedado en la salida, ahora afrontamos con ilusión y un pelín de incertidumbre lo que tenemos por delante.
El amanecer me muestra claramente el barrizal por el que transcurre la prueba, hay barro de todos los tipos, formas y colores, pienso, ilusa de mi, que, igual, en algún momento aparezca un sendero seco o un camino lleno de mullida hojarasca, error, aquí el barro impone su ley y esto es cuestión de adaptarse o añadir un sufrimiento extra a la kilometrada, así que cargada de pensamiento positivo tiro hacia adelante, ¿que hay que hundirse hasta las rodillas? Pues nos hundimos y encima ponemos buena cara porque no es cuestión de salir mal en las fotos, ¿Qué en una bajada hay que darse cinco culazos? Pues nada, que esto al final va a resultar hasta divertido, ya verás, eso si, voy a procurar caerme de la manera mas digna, no sea que el fotógrafo de antes esté escondido detrás de un árbol.
Así, de esta forma “tan entretenida” van pasando los kilómetros y mis piernas se empiezan a quejar, lo de sacar la zapatilla succionada y hacer mil pasos de baile para no caer, han cargado mis músculos más de lo que sería normal a mitad de carrera, entonces mi pensamiento positivo se va de vacaciones y deja paso a un estado de mosqueo que poco a poco se va convirtiendo en mala leche, estoy aburrida del barro, es como si una mente perversa lo hubiese echado a paladas, si, el terreno es bastante rompepiernas pero en condiciones normales no me costaría tanto y encima ahora para ponerlo peor aparece este río, supongo que antes se podría pasar de piedra a piedra pero con todo lo que ha llovido….la técnica de pasar a la otra orilla estirando la pierna tampoco me vale, desventajas de medir metro cincuenta y tres, así que mido la profundidad con el bastón y todo a derecho, bueno por lo menos durante diez segundos llevaré limpias las zapatillas, llegado este momento, de mi boca solo salen palabras malsonantes, y en alto porque así es como si suelto todo el cabreo que llevo conmigo.
En las subidas es donde mejor me encuentro, son bastante empinadas pero a mi me encanta subir, y si encima te encuentras con las ruinas de un castillo cargado de historia cátara, el castillo de Montsegur, pues mucho mejor, así que, poco a poco el mal humor va desapareciendo, es lo bueno de estas pruebas tan largas que te da a tiempo a pasar por muchos estados de ánimo y a buscar recursos para gestionarlos de la mejor forma posible, un entrenamiento mental en toda regla, si al final esto de hacer ultratrail solo va a tener ventajas, y no pocas, porque pasados unos kilómetros y tras otra larga subida me encuentro con una vista espectacular , allí, en lo alto, dominando bosques y praderías aparece el castillo de Roquefixade, un privilegio para los sentidos poder disfrutarlo desde aquí arriba.
Voy parando poco en los avituallamientos, los cortes horarios son bastante exigentes y no me puedo despistar, tengo también la desventaja de que enseguida me quedo fría y luego lo de arrancar se hace bastante durillo, pero ya queda menos para que esta lucha con el barro finalice, pienso en lo bien que lo voy a pasar al día siguiente en Caldea y en la pizza y en la cerveza que me esperan para cenar, lo de siempre, la mente siempre alerta para que el cuerpo siga
Hay un llano lleno de charcos gigantescos y, poniendo en práctica lo que me dice Pablo, eso de que corra aunque sea muy despacito, ralentizo mi ritmo tractor y me pongo a correr, para olvidar el dolor de mis piernas me pongo a pensar, no se si será porque soy una apasionada de la Edad Media, pero me dejo llevar por la magia de los cátaros, cuanta historia han visto estos castillos, cuanta energía se concentra en estos bosques, ha sido un acierto venir aquí y recorrer el camino de los “hombres buenos”.
Entre vadeos de ríos, praderías resbaladizas, bosques con bajadas tipo eslalon voy llegando a la ultima cresta, anecdótico es que a menos de un kilómetro para meta paso a una chica, y bajando, con lo mal que se me da bajar, creo que tanta ensoñación me ha hecho meterme en la piel de un cátaro más y me ha dado alas.
Ultima bajada, empinada o muy pindia como decimos por mi tierra, y resbaladiza como la que más, todo el pueblo esperando abajo con sus cámaras de fotos, menos mal que alguien tuvo la fantástica idea de poner una cuerda, me agarro a ella y cual atracción de feria, me tiro para abajo, divertidísimo!! Una gozada!!.
Llego abajo y se me ocurre esprintar, no quiero que me coja la otra chica, Pablo está esperándome, un poco mas adelante está Encarna, la gran sonrisa con la que me reciben y sus miradas llenas de satisfacción, son mi mayor recompensa cuando en unos metros y después de de doce horas y cincuenta y dos minutos entro en meta».
Después de esta crónica de Ana, solo nos queda calzarnos las zapas y salir al monte haga el tiempo que haga, así que a disfrutar del finde y muchos kilometros.